Saltar al contenido
Time of Grace en Español

¿Por qué tener hijos?

Debe de haber algo en el agua, porque últimamente muchas parejas jóvenes de nuestra iglesia han salido embarazadas. Siempre les hago la misma broma cuando se unen a uno de nuestros grupos pequeños de estudio bíblico: “Tengan cuidado. Todos los que se unen a este grupo terminan embarazados.”

Bromas aparte, me alegra mucho ver a tantos jóvenes recibiendo con gusto las bendiciones del matrimonio y los hijos. Durante las últimas décadas, parecía que los jóvenes que conocía estaban posponiendo el matrimonio y la llegada de los hijos. (A la vez, también conozco a varias parejas que anhelan profundamente tener hijos pero están sufriendo en silencio, enfrentando la infertilidad o una serie de pérdidas. Que el buen Señor tenga misericordia y les dé su paz. Estoy orando por ustedes en este momento.)

Aquí comparto tres razones que he escuchado para justificar el retraso en tener hijos:

“Primero queremos estar estables económicamente, luego casarnos y eventualmente tener hijos.”
Suposición #1: El matrimonio y los hijos son una carga financiera. Lo mejor es esperar hasta tener “suficiente” dinero.

“Aún no estamos listos para tener hijos. Primero queremos disfrutar la vida, viajar y divertirnos. Ya luego nos asentamos y pensamos en los hijos.”
Suposición #2: Los hijos son un estorbo. Van a robarnos la diversión.

Y también he oído a algunos decir:
“¿Para qué traer hijos a este mundo tan roto? ¿Por qué crear intencionalmente a alguien que podría sufrir tanto?”
Suposición #3: Los hijos solo traerán sufrimiento innecesario.

Puedo entender esas ideas. Yo mismo he tenido esas preocupaciones. Pero por eso mismo me anima tanto ver a tantas parejas jóvenes casándose, teniendo hijos o incluso adoptando. Les recuerdo que esas decisiones son actos valientes de fe. Sí, los hijos tienen muchas necesidades y pueden implicar muchos gastos. Requieren nuestro tiempo, atención, y claro, también pueden enfermarse o sufrir. Pero todos esos desafíos nos empujan a confiar más en el Señor, nuestro Creador. Y por eso los hijos pueden ser uno de los regalos más grandes que Dios nos da.

Últimamente, algunas parejas me han preguntado sobre la crianza. Quieren saber si tengo algún secreto para ser buenos padres. Mi consejo siempre es el mismo: los hijos necesitan ver nuestro rostro y sentir nuestro contacto. Es a través de ese amor y atención que comienzan a entender la seguridad que ofrece su Padre celestial. Les digo que Dios ya les dio los instintos para hacer todo lo demás. Aunque sea su primer hijo, una mamá sabe cómo cuidar de su bebé. Un papá sabe cómo criarlo. A través del ensayo y error, uno va aprendiendo.

Pero hay otra razón para tener o adoptar hijos (muchos, si Dios lo permite) y entregarse a la tarea de criarlos: los hijos nos obligan a madurar. Su constante necesidad de atención y cuidado nos exige dejar de pensar tanto en nosotros mismos para enfocarnos en la vida de otro. Como nos enseñó Jesús, aprendemos a servir en lugar de ser servidos.

Así como nuestros ojos no funcionan bien cuando se miran a sí mismos (como cuando hay una manchita o una catarata), tampoco nosotros funcionamos bien cuando toda nuestra atención está puesta en nosotros mismos. El matrimonio y los hijos nos obligan a mirar hacia afuera. Y eso es algo bueno. Al mismo tiempo, tanto de su bienestar está fuera de nuestro control, que eso nos empuja a llevar una vida de oración y confianza en Aquel que sí tiene el control.

Cuando veo a parejas jóvenes dar ese paso de fe y comenzar una familia, esta alma de mediana edad se llena de esperanza. Sé que están iniciando un camino lleno de desafíos, frustraciones, preocupaciones… y también de una alegría indescriptible. Y sé que, entre desvelos y pañales, Dios va formando a esos padres poco a poco para que se parezcan más a Él.