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Time of Grace en Español

Dios conoce el camino

En los meses cálidos, después de cenar y mientras mi esposo lava los platos, me gusta salir a caminar con mis dos hijos menores. Cerca de nuestra casa hay un parque con juegos, así que a veces hacemos una parada para que jueguen un rato.

Hace poco, comenzaron unas obras en la calle y bloquearon la acera por donde normalmente vamos. Una tarde salimos como siempre, y mis hijos tenían clarísimo que querían ir al parque. Pero, por culpa de las obras, tuve que tomar otro camino… algo que a ellos no les hizo ninguna gracia.

—¡No! ¡No! ¡Yo quiero ir al parque! —gritó mi hijo de dos años.
—Mamá… este no es el camino al parque. ¡Ve por el camino correcto! —refunfuñó el de cinco.

Con paciencia, les expliqué que sí íbamos al parque, solo que por una ruta diferente. Les hablé de la construcción que nos impedía pasar, pero no querían escuchar razones. Ellos solo querían llegar, y no entendían por qué no tomábamos “el camino de siempre”.

Después de varios intentos fallidos de convencerlos (y con mi paciencia ya al límite), apreté el paso, ignorando sus quejas. Unas cuadras más tarde, el mayor exclamó:
—Ah… ¡mira! ¡Ahí está el parque! Supongo que sí sabías el camino, mamá.
(Sí, en ese momento me imaginé dándome un buen golpe en la frente).

Ser mamá puede ser una alegría inmensa… y también un gran desafío. Pero algo que valoro mucho es que, a veces, me da una pequeña idea de lo que debe ser para Dios, nuestro Padre celestial, lidiar con nosotros.

Esa caminata me recordó que, de verdad, todos somos como niños delante de Dios. ¡Cuán infantiles debemos parecerle a veces! ¿Cuántas veces nos quejamos porque las cosas no salen como queremos? ¿Cuántas veces cuestionamos el plan de Dios porque no sigue el orden que nosotros habríamos elegido? No somos muy distintos a mis hijos desconfiando de que yo supiera el camino.

Lo hermoso es que, aun en nuestra terquedad y cortedad de vista, Dios sigue siendo el mejor Padre. Cuando estábamos muertos en nuestro pecado, no perdió la paciencia ni nos abandonó. No nos borró del mapa. Al contrario, nos trató con compasión, como a hijos amados. Él conocía el camino a la salvación… y tenía un plan perfecto.

Cuando Adán y Eva pecaron, quizás esperaban una solución rápida para volver a estar bien con Dios. Pero esperar miles de años hasta la llegada de Jesús como Mesías y Salvador del mundo jamás habría sido la idea de un ser humano. ¡Era demasiado extraño! Sin embargo, Dios sabía exactamente cuándo enviar a su Hijo para vivir sin pecado, morir en nuestro lugar y resucitar victorioso, restaurando para siempre la relación entre Dios y nosotros. Como escribe el apóstol Pablo:

“En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados… Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!” (Efesios 2:1,4-5)

Dios ve los obstáculos que nos pone el pecado y, por pura gracia, los quita a través de la obra redentora de Cristo. A veces, como niños testarudos, no queremos escuchar su Palabra por la dureza de nuestro corazón. ¡Que Dios nos perdone cada día por eso! Y la buena noticia es esta: no importa cuán inmaduros seamos, Él jamás se rinde con nosotros.

Sí, seguiremos quejándonos y pataleando en esta vida como niños… pero ¡qué bendición es pertenecer a la familia de Dios y tener un Padre perfecto! Él nos protege, nos guía y conoce el camino a la vida eterna, incluso cuando estamos desanimados o no entendemos lo que hace. Somos sus hijos amados para siempre, y gracias a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Él seguirá caminando a nuestro lado hasta llevarnos a la meta: el cielo.

Yo ya me imagino los parques que habrá allí.