Hace un par de años, mi esposo y yo regalamos a nuestros hijos The Biggest Story Bible, escrita por...
Un mundo lleno de preocupaciones
No es novedad que los índices de ansiedad están en aumento a nivel mundial. Lo vemos en nuestras comunidades, lo sentimos en nuestras amistades y lo enfrentamos en nuestras familias. Según la Asociación Americana de Psicología, alrededor del 19% de los adultos en Estados Unidos luchan con ansiedad, y "los estudios muestran que los niños de hoy reportan más ansiedad que los pacientes psiquiátricos infantiles de los años 50". Además, el reciente libro The Anxious Generation de Jonathan Haidt utiliza investigaciones convincentes para demostrar cómo la tecnología ha revolucionado la infancia y ha dado lugar a una sociedad más ansiosa, especialmente desde la adopción generalizada de los teléfonos inteligentes.
Somos un mundo lleno de preocupaciones.
La ansiedad puede definirse de muchas maneras, pero me gusta cómo la describe el autor Curtis Chang en su libro The Anxiety Opportunity: “La ansiedad es el miedo a la pérdida. Independientemente de la naturaleza de las cosas que tememos perder, la esencia espiritual de la ansiedad es nuestra muy humana preocupación de que podamos perder algo que valoramos” (p. 23).
Nuestro mundo vive aterrorizado de perder aquello que ama, y nos sentimos fácilmente abrumados por todo lo que no podemos controlar. Nos aferramos desesperadamente a nuestra juventud, nuestra salud, nuestro dinero, nuestras relaciones, nuestra influencia, pero—aunque parezcan sólidos—todas estas cosas son temporales. Son regalos buenos pero fuera de nuestro control. Envejecemos. Nos enfermamos. El mercado bursátil colapsa. Las personas que amamos nos lastiman, nos abandonan o fallecen. Nuestro poder se desvanece. Perdemos una cosa tras otra en esta vida.
¿Cómo enfrentamos esto? La psicología moderna diría que el antídoto para esta ansiedad es dejar de intentar controlar lo que está fuera de nuestro alcance y recordar que solo podemos controlar nuestras propias acciones. Pero, ¡a veces ni siquiera eso es posible! ¿Cuántas veces cedemos a las adicciones a pesar de habernos prometido no hacerlo? ¿Cuántas veces nuestra mente se llena de los peores escenarios, aunque la Biblia nos dice: "No se angustien por nada" (Filipenses 4:6)? ¡Ni siquiera podemos controlar nuestra propia mente!
Como alguien que lucha con ansiedad y depresión, sé que la parte lógica de mi mente desea con todas sus fuerzas estar tranquila y feliz todo el tiempo, pero otra parte de mí sigue luchando, a pesar de mis mejores esfuerzos. Es desalentador sentir que mi propia mente está trabajando en mi contra. Estoy totalmente de acuerdo con el apóstol Pablo cuando dice: “De hecho, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Porque sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer el bien, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero hacer, sino el mal que no quiero hacer, eso sigo haciendo” (Romanos 7:17-19).
Este mundo y nuestra frustrante naturaleza humana nos pueden hacer querer huir de nosotros mismos. Cuando los pensamientos preocupantes nos consumen y el estrés nos aplasta, cuando no podemos controlar el mundo exterior ni las acciones de otras personas, ni siquiera nuestra propia mente, ¿a dónde podemos acudir?
En Romanos 7, Pablo continúa diciendo: “¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (Romanos 7:24-25).
A Dios. A Dios es a quien debemos acudir. Incluso si hemos buscado refugio en cualquier otra cosa excepto en Dios, él siempre nos recibe de vuelta. Siempre nos ama, siempre nos perdona y siempre está ahí para levantarnos de nuestro pozo de preocupación.
El dinero no es el antídoto contra la ansiedad. Los viajes, los deportes, limpiar la casa, las relaciones románticas o cualquier otra cosa que intentemos tampoco nos ayudarán a largo plazo. El verdadero antídoto contra la ansiedad, la forma de encontrar paz en un mundo incontrolable, es acudir a nuestro Salvador, Jesús. Él es el controlador de todas las cosas, el que triunfó sobre el diablo, el mundo e incluso sobre nuestros propios pensamientos y acciones condenables. Él es más fuerte que nuestros pensamientos más ansiosos. Sus amplios hombros llevaron el peso de los pecados de todo el mundo, y cuando Cristo vivió, murió y resucitó, desterró nuestros pecados “tan lejos de nosotros como está el oriente del occidente” (Salmos 103:12).
En este mundo lleno de preocupaciones, solo Dios es nuestra roca, nuestra fortaleza y nuestro libertador (Salmos 18:2). Cuando la ansiedad recorre nuestra espalda, cuando la vergüenza nos cubre con una nube espesa, tengamos esta seguridad: “Si nuestro corazón nos condena, sabemos que Dios es más grande que nuestro corazón, y él lo sabe todo” (1 Juan 3:20). Cuando tememos perder algo importante para nosotros, combatamos esos temores con la verdad de la Palabra de Dios: eres amado, eres elegido, eres redimido y vivirás para siempre en el cielo cuando esta vida termine, gracias a la obra de tu Salvador.
Podremos ser una generación ansiosa, pero nuestro Señor Dios es la paz en la que siempre podemos confiar.