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Time of Grace en Español

Despedirse no es el final

Adiós¿existe peor palabra que esta en español?

Mientras escribo esto, estoy rodeada de cajas de mudanza y cinta adhesiva. Mi familia y yo nos estamos preparando para mudarnos a otro estado después de diez años en un pequeño y encantador pueblo. Este es el hogar donde comencé mi matrimonio y traje al mundo a cuatro bebés; ¡realmente me es imposible contemplar vivir en otro lugar! Ver paredes vacías y abrazar a mis amigos con lágrimas en los ojos,  me ha dejado emocionalmente agotada. Ya no se siente como “hogar” cuando tus pasos resuenan en un espacio vacío, y además, la idea de alejarme de esta casa por última vez, me revuelve el estómago.

Y con esto confirmo que realmente los seres humanos nunca fueron creados  para decir adiós.

Gran parte de la bondad de la vida ocurre cuando las personas están juntas. Como dice el Salmo 133:1, “¡Qué bueno es, y qué agradable, que los hermanos convivan en armonía!” ¿Hay algo mejor que la unidad: acurrucarse con un bebé, trabajar con un compañero de trabajo que te comprende, pasar tiempo juntos como una familia feliz, reírse de chistes internos con un amigo o disfrutar de la comodidad de un matrimonio estable?

Por el contrario, ¿hay algo peor que la división? Algunas de las peores cosas de la vida surgen de la separación: estar lejos de tus hijos, no estar en la misma página que tus compañeros de trabajo, que tu familia se desintegre por conflictos, el silencio de  un amigo o la soledad dolorosa de un matrimonio frío, por nombrar algunos ejemplos.

Jesús sabe todo sobre lo terrible que es la división; es la razón por la que dejó la alegría del cielo para venir a la tierra.

Cuando Dios creó el mundo, este y sus habitantes eran perfectos. Dios, Adán y Eva disfrutaban de una completa unión (Génesis 1:27). ¿Puedes imaginar estar en la misma página que DIOS? ¿Caminar con Él? ¿Reírte de sus chistes y deleitarte en su sabiduría y la comodidad de su presencia? Pero nosotros como seres humanos, solemos hacer como Adán y Eva: hemos creado un abismo entre nuestro Dios santo y nosotros. 

Jesús, quien es verdaderamente Dios, se convirtió en hombre para cerrar la brecha que nos separa de nuestro Padre celestial, y ciertamente, experimentó el dolor de las despedidas cuando vivió en la tierra. Aunque Jesús disfrutó momentos de unión y la bendición de las relaciones familiares durante su vida, todas terminaron en una macabra “despedida”. Jesús no tuvo una fiesta de despedida, ni tarjetas bonitas, ni siquiera tuvo un abrazo al final de su ministerio. Su única  “recompensa” fue morir en una cruz.

Sus discípulos huyeron de Él. Un amigo cercano lo traicionó. Incluso su mejor amigo, Pedro, negó conocer a Jesús. Estaba más preocupado por salvar su propia vida que por lo que el Creador del mundo necesitaba o quería. Jesús fue torturado, humillado y finalmente asesinado, ¿y por qué?

Por ti. Por mí.

Jesús lo hizo todo para que nunca tengamos que decir realmente adiós.

Jesús vivió una vida perfecta, murió una muerte perfecta y resucitó para demostrar su poder como un sustituto aceptable de la vida santa que Dios exige de nosotros. Por eso, el cielo es nuestro, ¡gratis!

Debido a lo que Jesús hizo por nosotros, ninguna despedida es definitiva para nosotros. Cuando nuestros hijos se van de casa, nuestros amigos se casan, las personas se mudan o incluso si nuestros seres queridos mueren, como cristianos, esa separación no es el final del camino. No importa a dónde nos lleve la vida, los cristianos no tenemos que decir adiós porque sabemos que todos estaremos juntos en el cielo algún día, restaurados a la perfecta unión que Dios siempre tuvo prevista para nosotros.

Está bien sentir tristeza cuando las cosas cambian. Es natural sentir el dolor de la separación y el dolor que traen las despedidas. Pero no tenemos que estar demasiado tristes. El adiós está lejos de ser “el final” para los cristianos. Nuestros pesares temporales palidecen en comparación con lo que nos espera en el cielo. Como dice el escritor Pablo en Romanos 8:18,19: “Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios”.

Nunca fuimos destinados a decir adiós, y gracias a lo que Jesús hizo por nosotros, ¡no tenemos que hacerlo!