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Sé un Daniel en un mundo enloquecido
Daniel es uno de mis héroes de la Biblia. A pesar de que fue llevado de su tierra natal siendo apenas un adolescente, logró vivir en medio de la maldad de Babilonia de una manera que glorificaba a Dios sin convertirse en una molestia para quienes lo rodeaban.
¿Cómo lo hizo?
Primero, no se comportaba como si lo supiera todo. Cuando llegó a Babilonia, fue introducido a una nueva dieta. Él y sus amigos se dieron cuenta rápidamente de que, si consumían la comida y el vino que les ofrecían, violarían las leyes religiosas que valoraban profundamente. En lugar de rebelarse, le pidieron al funcionario encargado de la comida que les permitiera comer solo lo que ellos consideraban adecuado en lugar de los manjares que les ofrecían.
El funcionario mostró compasión, pero también tenía miedo. Temía que si Daniel y sus amigos comían solo vegetales y bebían agua, se verían débiles, lo que podría meterlo en problemas con el rey. Daniel, con sabiduría, le propuso probarlo por diez días. Si después de ese tiempo parecían más débiles que los demás, reconsiderarían su decisión.
Daniel no desestimó la preocupación del funcionario ni trató de convencerlo enumerando las razones por las que su forma era mejor. Simplemente sugirió una prueba y dejó que los resultados hablaran.
Segundo, Daniel dominó el arte de la diplomacia. La diplomacia implica saber cómo tratar a los demás, especialmente en temas delicados. Cuando el encargado de las ejecuciones tocó la puerta de Daniel, este inició una conversación y pidió audiencia con el rey, la cual le fue concedida.
En otra ocasión, cuando interpretó un sueño que traía malas noticias para el rey Nabucodonosor, Daniel comenzó diciendo: “¡Mi señor, cuánto quisiera que el sueño se refiriera a tus enemigos y su significado a tus adversarios!” (Daniel 4:19, NVI). No podía cambiar el mensaje, pero se aseguró de que el rey entendiera que le dolía dar una interpretación tan desfavorable.
Por último, Daniel vivía buscando la aprobación de Dios y de nadie más. Para cuando escribió sobre sus años de vejez, que ahora leemos en los capítulos 5 y 6 de Daniel, era evidente que lo respetaban, pero seguía siendo el "raro" del grupo. No pasaba el rato con los demás líderes en reuniones sociales. Se enfocaba en su trabajo, oraba tres veces al día y no se dejaba comprar, influenciar ni intimidar para abandonar sus prácticas que lo mantenían cerca de Dios.
Daniel y sus amigos dominaron el arte de vivir con verdad y amor. Defendían la verdad y se negaban a hacer cualquier cosa que deshonrara a Dios. Pero también vivían en Babilonia, hablaban su idioma, hacían su trabajo y no rompían relaciones. Parecería que eran del tipo de personas a las que el encargado de la comida, el verdugo e incluso Nabucodonosor saludarían si los encontraban por la calle.
Eso suena como un buen objetivo para nosotros también. No siempre es fácil, pero quizá sea la forma más efectiva de invitar a otros al reino de Dios. Incluso si no llegan a sumergirse de lleno en la fe cristiana, al menos mantenemos la puerta abierta.