Saltar al contenido
Time of Grace en Español

Jesús embellece lo que está roto

En Japón, existe un arte milenario llamado kintsugi, que consiste en reparar piezas de cerámica rotas con barniz mezclado con oro o plata. En lugar de esconder las grietas, las resaltan. Lo que antes parecía arruinado, ahora se convierte en una obra de arte única. Lo más hermoso no es solo el resultado, sino la manera en que esta técnica ve la ruptura: no como algo que debe ocultarse, sino como parte esencial de la historia de esa pieza.

¿Y si viéramos nuestras propias grietas de la misma manera?

Vivimos en una sociedad que nos enseña a ocultar nuestras debilidades. Ser vulnerable se percibe como una falla, algo que hay que disfrazar con fuerza y autosuficiencia. Pero la Biblia nos invita a hacer todo lo contrario: a reconocer nuestras heridas, no con vergüenza, sino como el lugar donde la gracia de Dios puede brillar con más fuerza.

Eso le pasó al apóstol Pablo. Su historia comienza con dolor y culpa: persiguió a los cristianos antes de conocer a Jesús. Luego de su conversión, enfrentó rechazos, persecuciones, cárceles y hasta casi pierde la vida por predicar el evangelio. Sin embargo, a pesar de todo eso —o quizás gracias a eso—, Pablo vivía con gozo y seguridad. Él escribió:
“Tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4:7). Pablo entendió que su fragilidad no era un obstáculo, sino el escenario perfecto para que el poder de Cristo se manifestara.

Y lo mismo pasa con nosotros. Nos rompemos con facilidad: las presiones, los errores, la salud, los pecados, las heridas del pasado… todo va dejando grietas. Y aunque tratemos de cubrirlas con frases positivas o soluciones temporales, sabemos que siguen ahí.

Pero no estás solo. Jesús conoce cada una de tus fracturas y no vino a descartarte, sino a restaurarte con amor. Donde tú ves ruina, Él ve la oportunidad de mostrar su poder. Es en nuestras grietas donde Dios guarda su tesoro: su presencia, su perdón, su gracia.

Gracias al Espíritu Santo que vive en nosotros, no solo seguimos adelante, sino que nos convertimos en testigos vivos de que Cristo puede restaurar lo que parecía perdido. Por eso, como Pablo, podemos decir con firmeza:
“Estamos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos” (2 Corintios 4:8-9).

Cuando somos débiles, entonces es cuando realmente somos fuertes. Porque en nuestras grietas… brilla la gloria de Jesús.