Me movieron el tapete religioso. En medio de mis estudios para ser Pastor, de alguna manera me topé con un video de un ateo militante llamado Richard Dawkins. Estaba hablando ante un auditorio lleno de gente en la Universidad de Berkley. Aunque era un científico muy conocido, su estilo de presentación se parecía más al de un comediante que al de un biólogo. Él expuso el creer en Dios como creer en el “Tigre Toño”. Y la multitud que lo escuchaba se reía a carcajadas.
El video continuó así durante más de una hora. Y me di cuenta de que todos realmente se estaban riendo de mí. No podían creer que alguien en nuestro mundo moderno, científico y racional pudiera todavía poner su fe en alguna deidad invisible en las nubes.
Al final de su charla, me pregunté: “¿Estoy totalmente equivocado? ¿Será que mi fe y mi carrera son completamente irracionales? ¿Intentaré persuadir a la gente a que crean una mentira?
He hablado con otras personas que han tenido experiencias similares. Se toparon con un video donde un elegante profesor llama a los creyentes “tontos Cristianos”. Después de ver algunos videos como este, el algoritmo de YouTube te lleva a ver más mensajes que desafían la fe cristiana. Si un cristiano no puede separarse de su computadora durante el día, podría comenzar el día como un seguidor de Jesús y terminarlo como un seguidor de Darwin.
Pero no tiene por qué ser así. Aunque muchos científicos caen del lado de Dawkins, él no es la única voz en la comunidad científica. Por ejemplo, John Lennox es un matemático cristiano que enseñó en Oxford. También, William Lane Craig es un filósofo de gran prestigio que ha presentado argumentos convincentes a favor de la fe cristiana. Pero el científico que me ha resultado de mayor ayuda es Stephen Meyer. Meyer es un graduado de Cambridge que se ha convertido en uno de los más firmes defensores del diseño inteligente. Esta teoría científica apunta a un gran diseñador de todas las cosas en contraste con una perspectiva puramente materialista del universo.
Mientras que Dawkins es conocido por decir: “El universo que observamos tiene precisamente las propiedades que deberíamos esperar en sí, en el fondo, no hay ningún diseño, ningún propósito, ningún mal, ningún bien, nada más que una indiferencia despiadada” (El Río que Sale del Edén: una visión darwiniana de la vida).
Meyer es conocido por decir: “El universo tiene precisamente las propiedades que deberíamos esperar si hubiese un diseño inteligente en el universo y, que de hecho tiene un diseño inteligente de una fuente teísta” (“Diseño inteligente y El regreso de la hipótesis de Dios de Stephen Meyer”).
La semana pasada recordé lo convincentes que eran los argumentos de Meyer cuando escuché su entrevista en otro podcast. En la discusión, Meyer pudo articular su perspectiva basada en los dos grandes descubrimientos del siglo XX: la expansión del universo y el ADN. Meyer dijo que debido a que podemos observar que el universo se está expandiendo, eso apunta a un comienzo y últimadamente a un Creador que hizo todo con un propósito. Además, ahora sabemos que el ADN funciona como un código digital y da instrucciones a cada célula viva. Y donde hay un código o un lenguaje, siempre hay un autor.
La investigación de Meyer muestra cómo estos descubrimientos quiebran el materialismo y apunta a algo metafísico. Sin embargo, sus hallazgos aún están muy lejos de demostrar quién es el Señor Dios de las Escrituras. Y eso está bien. Nuestra fe en Jesucristo sigue siendo y será siempre un milagro del Espíritu Santo. Al mismo tiempo, el trabajo de científicos como Meyer nos muestra que nuestra fe no es antiracional, ni lógicamente inconsistente con los hechos que observamos.
Así que aquí está mi aliento para todos aquellos que han quedado atrapados en el torbellino de los medios digitales que destruyen su fe. Ten cuidado con lo que escuchas. Muchas voces te ridiculizan por tu fe en Jesús. Parecen dar argumentos irrefutables a favor del ateísmo. Sin embargo, la Palabra del Señor continúa resistiendo la prueba del tiempo. Es la verdad en la que podemos construir nuestras vidas. Es una base que nunca caerá.